El escenario político argentino se encendió tras las declaraciones de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien lanzó una dura crítica a la política económica del actual gobierno, advirtiendo sobre un riesgo inminente de default. A través de sus redes sociales, la exmandataria utilizó la contundente frase “qué olor a default”, un mensaje que resuena con la memoria de la crisis de 2001 y que pone en el centro del debate la sostenibilidad de la deuda pública y el rumbo de la gestión fiscal. Sus palabras no solo buscan cuestionar la administración actual, sino que también reabren la grieta y polarizan el análisis sobre el futuro económico del país.
La crítica de Cristina Kirchner se produce en un momento de creciente tensión financiera, con el dólar mostrando una volatilidad persistente y el mercado de bonos exhibiendo signos de desconfianza. La expresidenta, conocida por su estilo frontal, no se limitó a la simple observación, sino que vinculó la situación actual con las políticas de endeudamiento y las altas tasas de interés, un diagnóstico que el kirchnerismo ha mantenido desde el inicio de la gestión. La frase “olor a default” no es solo una metáfora; es una advertencia que apunta directamente al corazón de la política de ajuste y financiamiento externo del gobierno.
Analistas económicos señalan que, si bien la situación actual dista de la crisis terminal de 2001, la preocupación por la capacidad de pago del Estado no es infundada. El fuerte endeudamiento en moneda extranjera y la dificultad para generar un superávit primario sostenible son factores de riesgo. “La crítica de la expresidenta es política, pero toca una fibra sensible en el mercado. La sostenibilidad de la deuda es la gran pregunta que se hacen los inversores”, comentó un economista de una consultora de la City porteña.
El gobierno, por su parte, ha salido a responder de manera contundente, minimizando la gravedad de la situación y acusando a la expresidenta de generar inestabilidad política. “Estas declaraciones son irresponsables. Buscan sembrar pánico y no tienen un correlato con la realidad económica. Estamos cumpliendo con nuestras obligaciones y el plan fiscal es sólido”, afirmó un vocero del Ministerio de Economía. La respuesta oficial busca calmar a los mercados y deslegitimar el mensaje de la oposición.
La discusión sobre la deuda no es solo un tema técnico; tiene profundas implicaciones sociales y políticas. Un eventual default afectaría directamente a la economía real, con un desplome de la actividad, una espiral inflacionaria y un aumento del desempleo. La retórica de Cristina Kirchner apunta a esos temores, buscando conectar con un sector de la sociedad que ya padece los efectos del ajuste. La batalla política se libra en el terreno económico, y las palabras se convierten en armas.
La frase “qué olor a default” ya se ha instalado en el debate público. La advertencia, más allá de la intención política, sirve como un recordatorio de la fragilidad económica que persiste en el país. El gobierno deberá redoblar sus esfuerzos para mostrar un plan sostenible que genere confianza, mientras la oposición, con la voz de la exmandataria a la cabeza, buscará capitalizar el descontento y las incertidumbres que genera el rumbo económico actual. El futuro de la economía y la estabilidad política se juegan en el mismo tablero.





