El plan de paz propuesto por el presidente DONALD TRUMP para la FRANJA DE GAZA ha regresado al centro del debate internacional, planteando la compleja pregunta sobre su viabilidad en un contexto marcado por una “crueldad sin precedentes” y una profunda desconfianza entre las partes. La propuesta, centrada en la estabilización económica y la reestructuración política del enclave palestino, intenta abrir una vía diplomática donde las soluciones tradicionales han fracasado, y su respaldo desde la CASA BLANCA le confiere un peso estratégico ineludible.
La esencia del plan, según documentos filtrados y declaraciones de sus asesores, se centra en desvincular la reconstrucción y el desarrollo económico de la resolución inmediata del estatus político final. La ADMINISTRACIÓN TRUMP propone la creación de un fondo de inversión multimillonario, respaldado por países del GOLFO y ESTADOS UNIDOS, para revitalizar la infraestructura y generar empleo en GAZA, buscando así desactivar el motor del extremismo que, según sus defensores, se alimenta de la desesperación.
Uno de los mayores obstáculos, como señalan expertos del CONSEJO DE RELACIONES EXTERIORES, radica en la actual estructura de poder en GAZA. El plan del mandatario requiere implícitamente la neutralización de grupos armados y el establecimiento de una autoridad civil aceptable tanto para ISRAEL como para la comunidad internacional, un desafío titánico dadas las dinámicas internas y las alianzas regionales vigentes. ISRAEL, por su parte, exige garantías de seguridad inquebrantables.
LA AUTORIDAD PALESTINA, que gobierna partes de CISJORDANIA, ha mantenido una postura cautelosa, pero crítica, temiendo que el plan busque cimentar una solución económica que evite la creación de un ESTADO PALESTINO soberano e independiente. La percepción de que se prioriza la estabilización por encima de la justicia histórica y territorial representa un punto de fricción insalvable para muchos líderes palestinos.
La “crueldad sin precedentes” a la que se refiere el análisis periodístico subraya la naturaleza profundamente traumática del conflicto reciente. Los altos niveles de víctimas civiles, la destrucción masiva de infraestructura y la profunda polarización ideológica hacen que cualquier propuesta de paz, incluso una con fuerte apoyo financiero, sea vista con profunda suspicacia. El éxito del plan, por lo tanto, no se medirá solo en dólares, sino en la capacidad de generar un mínimo de capital social y confianza mutua.
En última instancia, la propuesta de la ADMINISTRACIÓN TRUMP podría servir como un “catalizador disruptivo” en un impasse diplomático prolongado, aunque su implementación real requerirá un cambio radical en las posturas maximalistas de las partes en conflicto y un fuerte respaldo multilateral. La comunidad internacional observa si esta iniciativa logra, al menos, sentar las bases para un diálogo post-conflicto, o si se convierte en otra propuesta fallida en la larga historia de intentos de paz en ORIENTE MEDIO.





