La Justicia ha formalizado la imputación de privación ilegítima de la libertad contra la actual pareja de Lourdes Fernández, la reconocida integrante del grupo pop Bandana, tras un dramático operativo policial que culminó con la detención del hombre en el domicilio que compartían. El hecho se desencadenó a partir de una denuncia clave realizada por la cantante Lissa Vera, compañera de banda y amiga personal de la víctima, quien alertó sobre la situación de “secuestro” y “control psicológico” al que estaba siendo sometida Fernández. Este grave paso judicial evidencia un patrón de violencia de género que, según allegados, se había intensificado a pesar de denuncias previas que datan de 2022.
La intervención policial, coordinada con personal de la Justicia y la División Científica, se produjo mediante un allanamiento en el inmueble, donde el imputado fue encontrado escondido en un placard y actuando “fuera de sí”, según informaron fuentes cercanas a la investigación. El hombre, cuya identidad es reservada por el momento en el marco de la pesquisa, opuso resistencia e incluso intentó darse a la fuga por una ventana hacia el pulmón de manzana. La gravedad del caso llevó a la inmediata contención de la víctima, quien fue derivada para recibir atención médica y psicológica, en un claro protocolo de protección a víctimas de violencia.
El testimonio de Lissa Vera ha resultado fundamental para el avance de la causa. En declaraciones públicas, la artista describió un clima de terror y una relación caracterizada por un “control psicológico evidente” por parte del agresor. “La tenía secuestrada, este pibe”, aseveró Vera, subrayando que la situación de Fernández era de “verdadero secuestro” y que la víctima había ocultado la magnitud del problema por miedo. La decisión de intervenir y denunciar se basó en el deterioro constante de la situación desde la primera denuncia de 2022, un patrón que expone las fallas en el seguimiento y protección de víctimas en contextos de violencia de género persistente.
Expertos en criminalística y psicología forense señalan que este tipo de agresiones combinan violencia física con el control coercitivo, siendo la privación de la libertad una de las manifestaciones más extremas de dominio sobre la víctima. El relato de la amiga indica que el vínculo, ensombrecido por la violencia, había afectado incluso su amistad, generando un “odio” explícito del agresor hacia Vera por su intervención. Este componente de aislamiento de la víctima de su entorno de apoyo es una táctica habitual para perpetuar el ciclo de abuso.
Las actuaciones judiciales avanzan bajo la órbita de la Fiscalía, que deberá recopilar pruebas adicionales, incluidos los informes de la División Científica y el testimonio ampliado de la víctima y los testigos, para determinar la carátula final y solicitar la prisión preventiva. La preocupación de los allegados es palpable, con Lissa Vera advirtiendo que el imputado es “una bomba de tiempo” y que “no es la primera vez que lo hace”, lo que eleva el riesgo de reincidencia y subraya la necesidad de una respuesta judicial rigurosa para garantizar la seguridad de Fernández.
El caso de Lourdes Fernández se erige como un lamentable ejemplo de la vulnerabilidad que enfrentan muchas mujeres, incluso figuras públicas, ante la violencia machista, poniendo en primer plano la importancia de las redes de contención y la valentía de quienes, como Lissa Vera, intervienen para romper el ciclo de abuso. La sociedad y el sistema judicial están obligados a monitorear de cerca este proceso para asegurar que la imputación actual se traduzca en una condena ejemplar que ofrezca justicia a la víctima y envíe una señal clara contra la impunidad en casos de extrema violencia de género.





